Mercedes Sosa

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La más entrañable representante de la canción de protesta y del folklore latinoamericano, Mercedes Sosa, la Negra Sosa, murió este domingo a los 74 años de edad y con ella desaparece también quizá la mejor representante de la nueva canción latinoamericana en los sesenta y setenta, una férrea opositora a la dictadura argentina en los ochenta, y después a fines de esa década y en los noventa, una activa participante del regreso a la democracia en Argentina.

Porque adentrarse en la vida de Haydée Mercedes Sosa, su nombre completo, es cómo transitar por la historia de Latinoamérica en los últimos cincuenta años, pues desde que Mercedes Sosa comenzó a cantar a mediados de los sesenta, siempre estuvo ligada a su entorno político y social.

Originaria de San Miguel de Tucumán, Argentina, al extremo noroeste de Buenos Aires, Mercedes Sosa provenía de una familia humilde, con un padre ferrocarrilero. Ahí estudió para ser profesora de danzas folklóricas y ahí conoció a su esposo Manuel Oscar Matus, con quien tuvo su único hijo.

Durante sesenta años, desde que inició impulsada por sus amigas a sus 15 años y luego a sus 20, cuando Jorge Cafrune la catapultó en 1965 y las décadas que le siguieron, Mercedes Sosa grabó cientos de discos, al lado de figuras imprescindibles de la música popular.

Mercedes Sosa vivió una vida plena, de compromiso, prolija en su música, el folklore, su especialidad, pero con el lujo de experimentar otros ritmos. Lo mismo grabó tango, balada y hasta rock con un disco memorable, pero de poco éxito, con Charly García, llamado Alta Fidelidad.

Así también cantó con Violeta Parra, Joan Báez, con brasileños como Gal Costa, Milton Nascimento y Chico Buarque, así como Luz Casal, Pablo Milanés, Serrat, Cerati, Luis Alberto Spinetta, Shakira, Sting, etc.

En 2003, su salud comenzó a mermar y durante dos años estuvo lejos de los escenarios. Regresó para volver a realizar esos conciertos masivos, más propios quizá de una estrella de rock, y en los últimos años preparó un álbum doble, Cantora, que ya no pudo presentar de manera formal.

Multipremiada, embajadora de la Unesco, fue una presencia que en algún momento todos cantamos, bueno casi. Con un registro vocal de por lo menos dos octavas, la sonoridad de sus graves, su potencia, apreciada en canciones como Gracias a la Vida, Alfonsina y el mar y Como la cigarra con esa forma de pronunciar las erres, que me recuerda a la propia.

Anoche recibió un homenaje en Buenos Aires, ante miles de personas, en el Congreso de la Nación y esta mañana será cremada en el Cementerio de la Chacarita, como era su voluntad.

Hoy en Argentina y en miles lugares más hay duelo. Es la la hora de la oscuridad, como ella decía en esa canción de María Elena Walsh que tanto le gustaba y que dice así.

Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
y sin embargo estoy aquí

resucitando.

Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Al menos por lo que a mí toca, ella seguirá cantando. Hasta la próxima semana.


Radiografías por Héctor Zamarrón

Lunes 5 de octubre de 2009

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