Carlos Montemayor

Murió antes de tiempo, sin duda, porque a los 62 años no se espera de  alguien que muera, pero desde hace cuatro meses que se enteró del cáncer que lo atacaba tuvo oportunidad de arreglar sus asuntos, despedirse de su familia y planear su funeral. La noche del domingo en que murió, su último adiós ocurrió de acuerdo con su deseo: sin ceremonias religiosas, sin velorio, con una sencilla incineración y un homenaje abierto, público, antes sus amigos, sus pares y sus lectores.

Así fue como anoche recibió tributo ante la multitud reunida en la Academia Mexicana de la Lengua, en ese edificio porfiriano de la colonia Juárez, en la capital, al que acudió a sesionar innumerables ocasiones desde que lo eligieron miembro de esa institución en 1984.

Nacido en 1947 en Parral Chihuahua, llegó a la ciudad de México para estudiar letras iberoamericanas a fines de los sesentas y por eso el movimiento estudiantil del 68 lo marcó tanto que, hasta su muerte siguió involucrado en la lucha y denuncia contra los abusos del Estado.

Sin embargo, también fue sobre todo un escritor, con una obra que va de la poesía al ensayo, del cuento a la novela, de la historia al análisis y en la que se aprecia el manejo que alcanzó en el conocimiento de las lenguas, tanto así que en su currículum incluía al griego, el latín, el hebreo –que estudió en el Colegio de México- así como el portugués, el francés, el italiano y el inglés.

Desde sus primeras novelas, Mal de piedra y Minas del retorno, en que Parral y la minería aparecen como telón de fondo de la historia, se asoman algunas de las preocupaciones que desarrolló más tarde, en 1997, al escribir Guerra en el paraíso, esa espléndida reconstrucción novelada de la represión a la guerrilla de Lucio Cabañas.

Su acercamiento a “ese México que desconocemos” como el mismo decía, en referencia al mundo indígena, fue de la mano del crecimiento de su compromiso con las causas sociales. Cada vez más se fue convirtiendo en una presencia indispensable entre quienes trabajan con pueblos indígenas y quizá en ese ámbito es donde más resientan su ausencia.

De hecho, casi no hay un estudio serio sobre lenguas indígenas en los últimos años que no lo cite. Si alguien conocía bien el mundo académico de las lenguas de México ese era Montemayor, quien editó, prologó, reseñó y difundió la mayor parte de los trabajos sobre lenguas indias y en especial las chiapanecas.

Vivió largos periodos en los lagos y montañas de Michoacán, en las montañas de Chiapas y en los valles de Oaxaca, donde tuvo un encuentro clave en su acercamiento a las lenguas indígenas, en 1980, cuando tenía 33 años y que lo llevó más tarde a coordinar libros como Escritores indígenas actuales y Letras Mayas contemporáneas, con apoyo del Instituto Nacional Indigenista y la Fundación Rockefeller.

Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 en el área de Lingüística, Montemayor se convirtió en un crítico demoledor de la opacidad de la política del Estado, de una fiereza que contrastaba con su carácter alegre y su pasión por la ópera, con ese Montemayor que bailaba y cantaba a la menor provocación, según relata su esposa.

Violencia de Estado, publicada por Editorial Debate, fue su último trabajo y justo su fecha de publicación estaba fijada desde antes de la muerto de Montemayor para el martes 2 de marzo, así que leerla puede ser una buena manera de acercarse a esta autor de una obra vasta y poco conocida.
Hasta la próxima.

Radiografía para el lunes 1 de marzo por Héctor Zamarrón




PD. La foto es de Jesús Villaseca, publicada en La Jornada, junto a una entrevista que Mónica Mateos le hizo con motivo del Premio Nacional de Ciencias y Artes

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