La señora Wallace, ejemplo de coraje y amor


Isabel Miranda Torres, o la señora Wallace, como es más conocida, es hoy en día una figura ejemplar, un símbolo de perseverancia y tenacidad por su dramática lucha en pos de justicia, que la hizo ganar en noviembre el Premio Nacional de Derechos Humanos 2010 por su trabajo en favor de las víctimas del secuestro.

Sin embargo, hace cinco años era una madre aterrada, llena de angustia por la desaparición de su hijo mayor, y con una vida marcada por la zozobra, la desesperanza y la injusticia.

La mañana del 12 de julio de 2005 había intentado comunicarse con su hijo Hugo Alberto sin obtener respuesta, ni en el celular ni en su radiolocalizador, algo insólito para quien como ella, hablaba con frecuencia con él. Era sólo el inicio de una larga investigación.

Antes de esa tragedia, era una mujer bastante convencional. Maestra, directora de una escuela, disfrutaba de leer, cocinar y jugar con sus nietos. Además, ayudaba con el negocio familiar de publicidad, en el que su hijo llevaba las riendas y que incluía la venta de espacios en anuncios espectaculares.

Por eso fue que tras el secuestro y a varios meses de enfrentarse a la negligencia oficial, la inacción de la policía, la corrupción y la negación de justicia, esta señora de baja estatura, de cabello castaño, de voz firme, decidió utilizar un anuncio espectacular para ofrecer una recompensa por los secuestradores de su hijo.

Los medios voltearon a verla. Era inusual que una ciudadana tomara la justicia en sus manos de esa forma. En su caso, era una mezcla de rabia e impotencia frente a la ineptitud de la policía, mezcladas con el amor y el deseo de encontrar a su hijo, vivo o muerto.



Para entonces, Isabel Miranda se había distanciado ya de su marido y a su otra hija le había pedido salir del país para evitar que una represalia de la banda que enfrentaba atacara a su familia.

Acompañada sólo de su hermano, se había enfrentado al ex policía ministerial César Freyre quien, pistola en mano, la encañonó y sólo un milagro la salvó de morir.

Este lustro de lucha la hizo conocer a otras víctimas, lo mismo Nelson Vargas que Alejandro Martí o Eduardo Gallo quien, como ella, también tomó la investigación del secuestro y asesinato de su hija Paola. La señora Wallace también conoció procuradores, jefes de policía, defensores de derechos humanos, secretarios de Gobernación.

En el camino pasó de la sola búsqueda de justicia a representar a otros familiares de secuestrados. Aprendió de derechos humanos, habló con víctimas, revisó iniciativas de ley, discutió con legisladores y en octubre de 2010 se aprobó la ley para prevenir y sancionar el secuestro, en cuya redacción participó directamente, ya como presidenta de la asociación Alto al Secuestro.

Han sido años de aprender, de luchar y de cultivar esperanza porque en ningún momento la señora Wallace dejó de buscar el paradero de los restos de su hijo. Aun ahora, tras la captura del último miembro de la banda libre, Jacobo Tagle Dobín el viernes pasado, estuvo al aldo de los policías que realizaron nuevas búsquedas en el lugar en que abandonaron el cuerpo de su hijo.

No lo encontraron, pero estoy seguro que la fortaleza que ha mostrado en estos años no la abandonará y seguirá siendo un ejemplo para los mexicanos que, como ella, buscan justicia y por eso, me despido con las palabras de la propia Isabel Miranda: “La solución está en todos, pero principalmente en cada uno de nosotros, no podemos delegar nuestra responsabilidad, debemos involucrarnos, protestar, denunciar. Que nos roben la capacidad de indignación, de asombro, de compasión”.

Hasta la próxima.
Lunes 6 de diciembre de 2010


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