Friedrich Katz, devorado por un mito
Nacido en Viena, Austria, en 1927, México fue para él su patria adoptiva, la casa que durante décadas le sirvió de refugio en sus constantes viajes académicos, y a donde volvía con gusto aun después de haberse instalado definitivamente en Chicago.
Friedrich Katz nació en Austria y vivía en Berlín con su familia pero a sus tres años de edad tuvieron que abandonar la ciudad ante el auge del fascismo y el comunismo de su padre.
Friedrich Katz nació en Austria y vivía en Berlín con su familia pero a sus tres años de edad tuvieron que abandonar la ciudad ante el auge del fascismo y el comunismo de su padre.
Comenzaba el peregrinar de los judíos y a ellos también les tocó por partida doble. Al ser un dirigente comunista, a su padre le negaron la entrada en Estados Unidos, para fortuna de México, a donde terminaron por refugiarse. Este país los asiló como a miles de refugiados durante la segunda guerra, por la decisión del presidente Lázaro Cárdenas y, sobre todo, gracias a la extraordinaria intervención del cónsul mexicano en Francia, Gilberto Bosques.
De hecho, el mismo Friedrich Katz llegó a contar cómo cuando Bosques volvió a México gracias a un intercambio de prisioneros, miles de refugiados fueron a recibirlo en agradecimiento a su intervención para salvarlos.
Katz llegó a México a los nueve años y acá estudió hasta el bachillerato en el Liceo franco mexicano, para al terminar la Guerra, trasladarse a Nueva York en el inicio de una larga carrera académica que lo llevó de regreso a México primero, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a Viena después y finalmente a Berlín en los años cincuenta y sesenta.
Fuera de la academia, Katz era poco conocido y aunque en los últimos años ganó reconocimientos, por lo general terminó asociado con uno de sus trabajos: la monumental biografía de Pancho Villa y su época que escribió a lo largo de dos décadas de investigación, un investigador persiguiendo a un mito que, finalmente, lo devoró.
Katz llegó a México a los nueve años y acá estudió hasta el bachillerato en el Liceo franco mexicano, para al terminar la Guerra, trasladarse a Nueva York en el inicio de una larga carrera académica que lo llevó de regreso a México primero, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a Viena después y finalmente a Berlín en los años cincuenta y sesenta.
Fuera de la academia, Katz era poco conocido y aunque en los últimos años ganó reconocimientos, por lo general terminó asociado con uno de sus trabajos: la monumental biografía de Pancho Villa y su época que escribió a lo largo de dos décadas de investigación, un investigador persiguiendo a un mito que, finalmente, lo devoró.
Pero Katz también era un experto en la historia diplomática mexicana y las relaciones con Alemania, Estados Unidos y Latinoamérica durante el siglo xix y la primera mitad del siglo veinte, un interés quizá marcado por su propia diáspora familiar, y de ahí quedó su trabajo La guerra secreta de México.
En 1971 ingresó a la Universidad de Chicago a impartir clases sobre México y desde ahí construyó una relación sólida con el mundo intelectual mexicano, no sólo a través de sus obras, sino también dirigiendo investigaciones, tesis, participando en coloquios y documentado el pasado mexicano, como si de esa forma pagara su agradecimiento por haber sido cobijado junto con su familia durante la guerra.
México también le retribuyó esa pasión y Friedrich Katz recibió la orden del Águila Azteca, ingresó a la Academia Mexicana de Ciencias, recibió doctorados honoris causa por varias universidades y muere cuando la Universidad de Columbia le preparaba un homenaje para noviembre próximo.
A donde vaya, seguramente podrá conversar con sus biografiados y quizá tomarse, no un trago, porque tanto villa como él eran abstemios, pero si un cafecito para que siga hurgando en la historia.
Desde acá, en su recuerdo, nos queda buscar sus obras, publicadas por la editorial Era y leerlas en una suerte de homenaje a este austriaco genial que nos dejó el fin de semana.
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