Alí Chumacero: obra corta, vida larga


Autor de obra breve y vida larga, así fue el nayarita Alí Chumacero Lora, quien dejó de publicar, que no de escribir, desde hace 60 años pero cuyo trabajo y fama trascendió medio siglo para llegar a esta segunda década.
Foto: Gabriela Bautista
Nacido en el municipio de Acaponeta, Nayarit, en 1918, Alì Chumacero llegó a la ciudad de México muy joven, después de estudiar la preparatoria en Guadalajara, y se quedó desde entonces en la capital que lo vio crecer y cultivar su vocación de editor y escritor a la luz del Fondo de Cultura Económica, institución a la que estuvo ligado prácticamente hasta su muerte.
Poeta, sobre todo, Alí Chumacero se instaló en el Centro Histórico y se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras antes de fundar, junto con Leopoldo Zea y José Luis Martínez El hijo pródigo. Después trabajó en revistas como Tierra Nueva, México en la Cultura y Letras de México, al tiempo que preparaba el primero de sus libros, Páramo de sueños, publicado en1944 cuando tenía 28 años.
Tres años más tarde vino Imágenes desterradas y en 1956  publicó Palabras en reposo, su ultimo y mejor libro, que inicia con esa bella estrofa: “Yo pecador, a orillas de tus ojos/ miro nacer la tempestad”. Después de ese texto, todo lo que escribía o lo quemaba o lo guardaba, en sus propias palabras.
La brevedad de su obra lo coloca junto a Juan Rulfo, cuya novela Pedro Páramo, fue corregida precisamente por Chumacero. Coincidentemente, ambos habían nacido el mismo año y para la historia los unió también la crítica ácida que entonces el poeta le dedicó a ese libro y que provocó reclamos del mismo Rulfo.
Hombre de buen humor y mejor decir, presumía de la facilidad con que cualquiera podría decir que había leído su obra completa. Con ese mismo tono, aseguraba en su vejez que aún era un bebé: “Es verdad que voy a cumplir 90 años, pero voy a vivir 500”, decía.
Sin embargo, la vida le alcanzó sólo hasta los 92 a los que llegó afectado por la diabetes, con una pierna amputada y problemas de visión, lo que lo confinó en los últimos años a su biblioteca, pero todavía al comenzar este siglo acudía religiosamente a trabajar a su oficina en las faldas del Ajusco, como editor y corrector en el Fondo de Cultura Económica, sólo unas horas al día, cierto, pero suficiente para mantener vivo el mito del corrector que durante sesenta años se dedicó a pulir, con constancia de joyero, las miles de obras que pasaron por sus manos.
Recibió homenajes y premios múltiples en estos últimos años, pero sin duda, y apelando al lugar común, el mejor homenaje se lo haremos nosotros, asomándonos a esas obras que por cierto, todas se pueden conseguir en el  Fondo de Cultura Económica.
Descanse en paz un gigante literario mexicano. Hasta la próxima.


RADIOgrafías para el lunes 25 de octubre de 2010

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