Tomás Eloy Martínez

Periodista a fin de cuentas, el último artículo que Tomás Eloy Martínez escribió fue publicado hace unos días en La Nación de Buenos Aires y el The New York Times. Ahí, sostenía que “La cultura narco es la cultura del nuevo milenio… los sicarios ya no tienen una patria, sino que las invaden todas”.

Nada más apropiado quizá para definir lo que ocurre en Latinoamérica y en México por estos días en que tan sólo ayer domingo 36 personas fueron ejecutadas por el narcotráfico, la mitad de ellas, jóvenes menores de edad.

Por eso también solía decir que de todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas.

Autor de novelas reconocidas, Tomás Eloy Martínez fue, sin embargo, reconocido sobre todo como periodista, pues así inició su carrera y así la terminó.

Nacido en San Miguel de Tucumán, en el extremo norte de Argentina, ahí estudió Literatura. En Buenos Aires se convirtió en periodista y fue donde durante una década trabajó como crítico de cine, primero, y jefe de redacción, después.

Sólo dejó la capital argentina a sus 35 años para irse a París a estudiar una maestría… y a seguir escribiendo novelas.

De regreso a Buenos Aires, pudo seguir su trabajo como periodista hasta que en 1975, amenazado por la dictadura, se exilió en Venezuela.

En Caracas fundó El Diario y más tarde, en México, participó en la creación de Siglo XXI, ya para entonces un hombre bien entrado en sus cincuenta, con reconocimientos  internacionales y una obra detrás.

Sin embargo, sus trabajos más aclamados, Santa Evita, la más traducida en la historia de la literatura argentina, y El vuelo de la reina, en donde narra las desventuras de un poderoso editor que se enamora de una joven reportera, pertenecen a esta última etapa.

Tomás Eloy Martínez vivió sus últimos años en Nueva Jersey y en esa zona de Estados Unidos se volvió un asiduo conferencista de Princeton, Harvard, Yale, la Universidad de Columbia, la de Nueva York, etc.

Admiraba a los grandes periodistas estadounidenses, pero también a los clásicos novelistas europeos del siglo XIX. Y en esa dualidad fue sembrando admiración y veneración entre reporteros, editores y fotógrafos de todo Latinoamérica que se asomaban a sus textos por muchas vías, pero una importante de ellas fue la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez, su amigo de por lo menos medio siglo.

De hecho, en la mayoría de sus artículos recientes, Tomás Eloy Martínez abogaba por ejercer el periodismo clásico, aquel que nació para contar historias. Lo mismo hacía como maestro en los seminarios de la Fundación o en sus clases en universidades estadounidenses.

Sabía, en sus palabras, que el periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad, la más ligera desviación, pueden hacer pedazos la confianza que se ha ido creando en el lector durante años.

Ahora, el cáncer lo venció relativamente temprano. Seguro que habría tenido más años para su apostolado, pero quizá, para compensar, nosotros podamos difundir su trabajo, discutirlo y retomar lo que mejor acomode para nuestro oficio. Descanse en paz.




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